martes, 3 de mayo de 2011

EL FALSO DILEMA ENTRE LIBERTAD E IGUALDAD.

Carlos Vaz Ferreira comienza su Lógica Viva afirmando: “Una de las mayores adquisiciones del pensamiento se realizaría cuando los hombres comprendieran –no sólo comprendieran, sino sintieran– que una gran parte de las teorías, opiniones, observaciones, etc., que se tratan como opuestas, no lo son. Es una de las falacias más comunes, y por la cual se gasta en pura pérdida la mayor parte del trabajo pensante de la humanidad, la que consiste en tomar por contradictorio lo que no es contradictorio; en crear falsos dilemas, falsas oposiciones. Dentro de esa falacia, la muy común que consiste en tomar lo complementario por contradictorio, no es más que un caso particular de ella, pero un caso prácticamente muy importante.

La sabiduría de estas palabras no sólo nos enseña el papel central que la reflexión filosófica puede desempeñar en la actividad práctica, sino que ella también devela el eje central de los grandes equívocos ideológicos y políticos que padecemos en el país desde hace más de tres décadas.

El nudo central de nuestros problemas y que ha impedido el desarrollo de la sociedad uruguaya, es el derivado de la falsa oposición entre libertad e igualdad, con sus consecuentes simplificaciones ideológicas y políticas.

Lo que a nosotros nos ha sucedido, desde fines de la década de los sesenta, se inscribe en lo acontecido en el mundo a lo largo y ancho del siglo XX, que transcurriera signado por esa falsa oposición entre libertad e igualdad, con experiencias que buscaron desarrollar la libertad en detrimento de la igualdad o intentando imponer la igualdad conculcando la libertad. El resultado ha sido que, ni la libertad ni la igualdad han podido desarrollarse exitosamente cuando una sojuzga a otra, haciendo de la fraternidad la tercera excluida.

Immanuel Kant postulaba “que toda libertad pueda coexistir con la de los demás”, fórmula que encuentra complementariedad con la enunciada por José E. Rodó: “no existe otro límite legítimo para la igualdad humana que el que consiste en el dominio de la inteligencia y la virtud, consentido por la libertad de todos.”

Tanto la fórmula de Kant, como la de Rodó, siguen siendo objetivos a perseguir por las sociedades democráticas actuales. Mas, al unir la síntesis de Rodó con la fórmula de Kant, podemos encontrar uno de los puentes más importantes entre libertad e igualdad, para hermanarlas fraternalmente, pues aunque no enunciada, la fraternidad preside las fórmulas de los dos pensadores. Kant propone una organización social compuesta por hombres libres de la que, incluso las sociedades democráticas más desarrolladas, se encuentran aún lejos. Rodó le agrega el límite de la igualdad, que consiste en el dominio de la inteligencia y la virtud, lo que presupone que cada ser humano tendrá las condiciones materiales y espirituales para poder desarrollarlas.

Como señaláramos en el artículo de la semana pasada, cada criatura que llega al mundo, es genéticamente diferente a todas las demás, pero dependerá de las circunstancias en que se desenvuelva su vida, para que pueda construir su propia personalidad y disfrutar de la libertad - que cada vez más depende de las posibilidades de enriquecimiento intelectual, del desarrollo de sus facultades cognoscitivas, sensibles y racionales a la misma vez.

La sociedad humana que Kant y Rodó implícitamente proponen, brinda las condiciones para que cada persona desarrolle todas las potencialidades que la naturaleza le brindó.

La política auténtica, regida por un pensamiento crítico-creador al servicio del cambio social, de la transformación humanista de la sociedad, debe buscar, a través de la justicia, que el desarrollo de la sociedad democrática consista en que, crecientemente, las personas que la constituyan no sólo puedan vivir decorosamente, sino, fundamentalmente, contar con las posibilidades de desarrollarse intelectualmente, para ser enteramente libres y poder actuar con toda la personalidad.

Cada persona es única y por esto no es un abuso del lenguaje hablar de la ‘santidad de la persona”, escribe Octavio Paz en “La llama doble (1994), uno de sus últimos ensayos. Y como recientemente la genética lo ha demostrado -dándole la razón a tantos grandes hombres que, a través de los siglos, así lo habían intuido-, los seres humanos somos las únicas criaturas del universo que no nos reproducimos, porque poseemos la facultad innata de crear criaturas únicas.

Todos, al nacer, contamos con la misma potencialidad de desarrollar nuestro talento, pero solo muy pocos tienen las posibilidades materiales y espirituales de desarrollarlo en una actividad creadora.

De ahí, entonces, la justeza de la afirmación de que hasta tanto la  persona humana no pueda vivir como tal, desarrollando todas las facultades con que la naturaleza la distinguió, se continuará transitando por la real prehistoria de la humanidad.

Luis Alemañy

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